Los siguientes pasos del viaje me llevaron a Santa Ana. Se trata de una comunidad localizada en el oriente de Ecuador, a hora y media de Puyo. Llegué a Puyo con bus directo desde Quito, y luego tomé otro que en hora y media, y tras atravesar un río, me llevó a mi destino. Esta oportunidad se me presentó gracias a Pati, que me ofreció conocer a Mélida y su familia, residentes de Santa Ana. Se me brindó la oportunidad de convivir con una familia kichwa en la misma selva, y no la desaproveché, hacia allí me dirigí.
A la llegada me encontré con la fiesta del hermano de la Mélida. No está mal, llegar con celebración. Tras unas palabras de la familia, donde en todas me agradecieron mi visita, y mis propias palabras de agradecimiento por sus agradecimientos, empezó la fiesta. Lo que ya sabéis: comer, bailar, reír, conversar, beber y jugar. Como todas, pero algo distinta. Por el lugar, la gente, la situación...
En Santa Ana volví a ser niño. Mélida tenía 6 hijos, 5 de ellos en Santa Ana, y me pasé el fin de semana jugando con ellos. Ellos fueron mis maestros, así que yo me sentía el más niño, el que más tenía que aprender. Me enseñaron que no por que una araña sea grande, tiene que ser mala, y que casi todas las plantas que se observan, tienen alguna utilidad, como por ejemplo, para jugar.
La gente de Santa Ana es gente sencilla, humilde, y feliz de vivir en plena naturaleza. Lo cual les ayuda a llevar los distintos problemas que se encuentran en su día a día. Diversos voluntarios (muchos españoles) han ido a ayudar a esta comunidad, y de ahí han aprendido a potabilizar el agua, informática, prevención de enfermedades, etc. A cambio, los voluntarios conocen una forma de vida diferente, descubren el verde intenso de la selva y sus sonidos, y aprenden a distinguir cada una de las hojas, plantas, remedios, costumbres. Sin duda se trata de una experiencia inolvidable. Si alguien que lee esto está interesado en vivirlo, que contacte conmigo.
Yo allí estuve de alumno más que de maestro, y formé parte de la familia. Fui a pescar al río Pastaza con red y tuvimos que cruzarlo a nado jugándonos el tipo. Conocí insectos que nunca supe que existían y volví a jugar a las canicas, ganandolas todas y luego volviéndolas a perder. Estuve en un campeonato de fútbol entre comunidades, que se transformó en un lodazal debido al chaparrón inmenso que cayó, y comí yuca, papa china, peces recién pescados, todo cocinado a la leña. Mmmm. Aprendí a hacer aviones con hojas, collares con helechos, me bañé en el Pastaza, jugué y sentí todo el rato hasta acabar rendido.
Aquí os presento una selección de fotos de mis aventuras en Santa Ana. Prefiero esta vez no contar tanto y mostraros imágenes que valen muchísmo para mí. Espero con ellas transmitiros de alguna forma lo que viví en el oriente ecuatoriano.
¿Es posible coger tanto cariño en tan sólo 4 días? Os prometo que en Santa Ana, si lo fue.
De paseo en la selva con el Christian.
La familia de la Mélida al completo: de izquierda a derecha: Raúl, Christian (el pequeño), Enot, Mélida con Mireia, y Saúl. Mis maestros, amigos y familia por unos días. Un placer.