De nuevo con nuestras aventuras bolivianas. Esta vez pasamos por el salar de Uyuni y la reserva natural de Eduardo Navaroa. Y completando con paisajes salados, el pueblito de Llica. Ahí va:
Desiertos blancos y lagunas de colores
De La Paz llegamos a la ciudad de Uyuni, y allí, como todo pibe, nos apuntamos a un tour que empezaría por el salar y acabaría abajito, junto a Chile. Nos adentramos allá donde nos lleva la imaginación cuando pensamos en otros planetas, lugares que sentimos ilusorios. Descubrimos que es en Bolivia donde se vuelven reales y aquí está la prueba.
La primera gran impresión fue el salar de Uyuni: 12000 km cuadrados de sal, inmensidad blanca. Tan grande era que nosotros nos sentíamos chiquitos ante tal mole:
En mis fotillos podéis ver algunas de esta maravilla natural y más fotos divertidas de los pequeñuelos Ka y Fer.
La primera noche dormimos en... ¡un hotel de sal! El suelo, las camas, los bancos, las paredes... sal. A mi me pilló con hambre y no perdí la oportunidad de saborearlo:
A la mañana siguiente, rumbo a la Laguna Colorada. En el camino atravesamos otras lagunas espectaculares, llenas de flamencos, y lugares fascinantes. El frío intenso no nos impidió apreciar tal extraño lugar, de tantos colores entremezclados: el blanco del hielo y el vorax, el rosa de los flamencos, el azul reflejado del cielo en las lagunas y el marrón rojizo del paisaje volcánico, todos ellos en un abanico que nos hizo pensar varias veces que estábamos cerca de un sueño. Hasta que despertamos y nos dimos cuenta que el sueño era precisamente eso que estábamos viviendo, paisajes de altura a la altura de nuestros deseos, o unos metros más. Y tan bien acompañados...
Llegados a la Laguna Colorada, una de fatiga para subir a la colina y ver el atardecer, con el mareo de los 4900 m. pero con la ilusión de otro reto superado. Poco a poco, nuestra aclimatación hacia efecto. Pero faltaba aclimatarnos al frío. El alojamiento elegido por la agencia para esa noche resultó ser (nos avisaron previamente) un alojamiento básico, así que gracias a nuestros sacos pasamos frío lo justo. Lo peor fue por la mañana, cuando nos levantamos como estipulaba el programa, a las 4:00 para ver el Sol de Mañana. Nuestro guía y chófer, durante la noche, decidió beberse el madrugón y cuando nosotros le encontramos, él estaba perdido. Así que nos tuvimos que conformar con el amanecer en la la laguna colorada, a -15º según marcaba el termómetro antes de pararse.
Finalmente salimos a las 8:00, entre la tensión creada por el percance del guía y los paisajes de altura que nos acompañaban, recordando lo visto y vivido, y siguiendo con las maravillas: Laguna Verde con la mole del Licancabur y un bañito de agua volcánica para asentar todo esto.
A la llegada a Uyuni, nos compensaron por el incidente del amanecer de nuestro guía, creemos que a costa de su sueldo. Es una lástima que habiendo sido servicial y correcto durante todo el viaje se dejara engañar por el trago. El alcohol es una lacra que azota con especial fuerza esta parte del continente, en gente arrastrada por la tradición mezclada con las duras circunstancias. Espero que poco a poco, y con la ayuda de todos, la educación venza esta difícil situación.
Llica y su volcán
De vuelta del tour, nos lanzamos a una buena aventura, eso sí, ahora nada turística: Llica. La llegada a este pueblito nos impresionó, como si no hubiera pasado el tiempo por allá. Poco a poco fuimos descubriendo el lugar y nos dimos cuenta que tenía más cosas de las que pensábamos. En principio, lo que a nosotros nos interesaba era un volcán, que se mostraba majestuoso frente a nosotros: el Sapajo. Más tarde sacaríamos sabor, además, de los asaditos de llama de doña Silveria, de las conversaciones de nuestra casera doña Amelia y de los paseos por aquel lugar tranquilo donde las casas de dos pisos son de la gente importante.
Con ayuda de un coche de buenos vecinos lugareños, salvamos el aburrido camino hasta Peya, lindo pueblo casi abandonado, encerrado entre colinas y cáctus. Seguidamente, la extenuante subida al Sapajo fue una lucha contra la altura. Llegamos hasta la mitad del volcán, que fue siempre nuestro objetivo, aunque siempre mirásemos con envidia la cima.
La visión que nos ofreció este punto fue el de los dos grandes salares: Uyuni y Coipasa. Desde las alturas, como siempre, el paisaje se extiende y puedes vislumbrar, casi entender, la magnitud de la naturaleza y una vez más, nuestra insignificancia (material, que no espiritual, que tuvimos que poner mucho de alma para llegar hasta ahí).
Al día siguiente, el hecho de que el autobús de vuelta a Uyuni estuviera lleno, nos permitió conocer un secreto, el que ahora os confío.
Como teníamos que aprovechar la mañana, pedimos consejo a los lugareños. Éstos, muy amables y conversadores como siempre, nos recomendaron ir a Ulo (el secreto). No lo encontramos en Internet ni en ninguna guía, así que iríamos como pudiésemos a ver lo que fuera tal lugar. Sabíamos de antemano que no nos defraudaría, como todo aquello que se acomete sin conocer pero con fuerza.
Gracias de nuevo a la amabilidad, conseguimos llegar a destino. Un estremecimiento de la tierra de lejos y un enorme camión de cerca nos llevó más cerca del lugar, salvando los kilómetros que casi seguro nos habrían hecho perder el autobús de por la tarde, o la visión de Ulo. Tras treinta minutos más de marcha, giramos una esquina y nos lo encontramos:
Un enorme cráter inmenso creado por un meteorito, con una base de sal, solitario, a salvo todavía de la avalancha de turistas que le profetizamos y que más tarde, ya en Potosí, nos confirmaría para el 2010 una organizadora turística, esperemos que para bien del maravilloso lugar llamado Llica.
Así que esto y mil anécdotas más fue Llica. Aquel pueblo donde fuimos los famosos gringos que se alojaron en la alcaldía municipal y que tanto les gustaba internet. Que amaban andar sin temor a la puna y que vivían... "quién sabe donde estará España".